Imaginario de Resistencia
La rutina nos da cierta calma. Tiene altibajos, tiene puntos fuertes y débiles, pero uno sabe más o menos a qué atenerse: trabaja, se esfuerza, empuja, pero sabe a que atenerse, como moverse, como reaccionar.
Nosotros, como docentes, estamos en constante contacto con la realidad. Somos esa realidad, la hacemos día a día. Nuestros alumnos son, muchas veces, nuestros propios hijos y las escuelas por las que transitamos nos albergan por más horas que nuestras propias casas. Nadie nos dice lo que pasa, nadie nos pone más la realidad frente a los ojos que nuestro propio día a día.
Creemos en nuestra voz, en nuestra necesidad de decir frente a tanta verdad cercenada. Porque creemos que un medio propio, nuestro, es eso: una necesidad.
Y, como ya lo decía Eduardo Galeano: cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quién la calle.
Democratizar la palabra, multiplicar las voces, saltar el cerco informativo de los grandes medios, no es un asunto sencillo.
Somos nosotros, docentes, los que nos paramos frente a gurisitos, nenes, adolescentes y adultos cuyo día a día no es muy distinto al nuestro, y, si no trabajamos para cambiar esa realidad dibujada, honestamente, va a llegar un día en que no podremos sostenerles la mirada.
Muchas veces pareciera que la realidad nos pasa por encima y los brazos se cansan y las fuerzas flaquean, de golpe hay una chispa, un fueguito, que nos vuelve a poner de pie, que se transforma en ganas, en voluntad, en fuerza, en voces… en muchas voces que resultaba que, todavía, tenían mucho por decir. Y ahí vamos. Hacia ahí vamos. Porque era hora. Porque es necesario.